Gianna Falchetto, enfermera de MSF, regresó de Lashkar Gah, donde su equipo trabajó bajo presión extrema para mantener un hospital en funcionamiento. En esta entrada de blog, nos cuenta su experiencia.
Gianna Falchetto, enfermera de MSF, regresó de Lashkar Gah en Afganistán, donde su equipo trabajó bajo presión extrema para mantener un hospital en funcionamiento. En esta entrada de blog, nos cuenta su experiencia.
En la ciudad de Lashkar Gah, Afganistán, MSF apoya al Hospital Boost. Es una de las instalaciones sanitarias más grandes de la región, con 300 camas disponibles y una plantilla de unas 1,000 personas.
Trabajé como directora de enfermería y viví en Lashkar Gah durante los agitados días de combates que ocurrieron en el verano de 2021. Mi año en Lashkar Gah fue muy atareado. Todos los días atestiguábamos las consecuencias que tenía en la comunidad la inseguridad que se vive desde hace años y años.
El escaso acceso a la atención médica y el riesgo de viajar, llevaron a las personas a trasladarse solo cuando era realmente necesario. Por eso, muy a menudo, las y los pacientes llegaban al hospital cuando su estado de salud ya eran muy grave.
Los recientes combates empeoraron la situación de seguridad, después del deterioro que ya habíamos visto en octubre de 2020. En aquel momento, cerca de 15,000 personas huyeron a los pueblos vecinos en busca de un lugar seguro. Muchas personas recibieron ayuda de sus parientes, mientras que otras encontraron un refugio temporal.
La violencia
Después de un periodo de relativa y aparente calma, la situación se deterioró de nuevo en mayo de 2021. Los combates se intensificaron una vez más y se acercaron a la ciudad. Los ruidos de las explosiones fueron muy fuertes y los helicópteros volaban con mucha más frecuencia en los cielos de Lashkar Gah.
Una noche, mientras nos preparábamos para cenar, escuchamos una fuerte explosión. Habían disparado cohetes contra algunos edificios de la ciudad, acercándose a nuestra casa, donde el equipo internacional de MSF vivía.
Nunca había pasado antes y solo podía ser una mala señal. Desde ese momento, hubo una escalada de violencia.

Los enfrentamientos empeoraron rápidamente. Y, aunque previamente nuestro hospital no atendía los traumatismos de guerra, desde mayo comenzamos a recibir más y más pacientes con heridas de bala, metralla y explosiones.
Noches en el búnker
La situación empeoró al punto de obligarnos a dormir en el búnker debajo del hospital. Así podíamos estar cerca de las y los pacientes y de quienes nos necesitaban. A nuestro alrededor, la ciudad estaba desierta. Todas las tiendas estaban cerradas. La situación era surrealista.
Pasamos 12 días en el búnker. Teníamos colchones en el piso y mantas para descansar siempre que fuera posible. Este arreglo nos permitió continuar trabajando con nuestros compañeros y compañeras de equipos locales y asegurar la continuidad de la atención en el hospital.
En esos días el número y tipo de pacientes que veíamos cambiaba.
Usualmente, el hospital estaba lleno de niños, niñas y personas adultas con enfermedades graves. Sin embargo, en esas dos semanas, la mayoría de las y los pacientes fueron por heridas de guerra. En la maternidad, donde usualmente veíamos unos 80 partos al día, apenas atendíamos 10.
El personal también disminuyó. Muchos de nuestros colegas no podían llegar al hospital o habían huido con sus familias a lugares más seguros. Quienes se quedaron compartían el búnker con nosotros si necesitaban descansar.
También había muchas mujeres. Les dijeron a sus familias que si nosotras, las mujeres del equipo internacional nos quedábamos para ocuparnos de todo lo que estaba pasando, ellas se quedarían con nosotras.

Las noches en el búnker no siempre fueron fáciles.
En la oscuridad, las explosiones parecían más fuertes que durante el día, pero tratamos de apoyarnos mutuamente. El hospital estaba situado justo en la línea del frente, así que las balas y la metralla volaban constantemente en el lugar.
Tengo muchos recuerdos de esos días. Recuerdo una noche el ruido ensordecedor de un helicóptero que, a pocos metros del hospital, disparaba contra sus objetivos.
También recuerdo una tarde cuando un cohete impactó en el techo del área de consultas externas de nuestro hospital. Un lugar que debería ser seguro había sido dañado por los combates, como había ocurrido en otros hospitales de la zona.
Miedo y familia
Todas las personas tenían miedo. Cuando el cohete impactó en el edificio, las enfermeras del equipo internacional y yo estábamos adentro. Recuerdo que, en esos momentos difíciles, alguien de repente nos llamó para realizar una oración y comenzamos a rezar juntos. Hubo armonía y cada quien rezaba a su manera para pedir que todo lo que estaba ocurriendo terminara lo antes posible.
En medio de esa tragedia y horror… nos convertimos en una familia.
Durante el día, me detenía a conversar con el equipo. Todos y todas trabajaban muy duro pero tratando de mantener la moral alta. Algunas personas contaban historias e incluso bromeaban con otras personas. Fueron momentos importantes que nunca olvidaré.
Una afluencia de pacientes
Luego, una noche, todo terminó.
Los constantes ruidos de disparos y bombardeos cesaron. En ese momento ya no importaba. Estábamos vivos. Estaba viva.
Una tarde volvimos a nuestra casa, que, afortunadamente, no había sido dañada en los días anteriores. Todo estaba intacto, tuvimos suerte. Incluso tomar una ducha y dormir en una cama de verdad fue genial.
Los días siguientes volvimos a trabajar con normalidad con todo el equipo. Las calles volvieron a estar concurridas. Sin embargo, ahora que los combates han terminado, muchas personas enfermas y heridas finalmente pudieron viajar al hospital de manera segura. Pronto, nuestra sala de emergencia se llenaría otra vez.
Alcanzaríamos picos de 800 pacientes por día mientras trabajábamos para tratar a las personas que habían sido aisladas por el conflicto.