Ervin y Vanessa son migrantes hondureños que tuvieron que abandonar sus comunidades tras los huracanes ETA e Iota. Ahora se encuentran en México, en la ruta migratoria, una tarea que se ha hecho aún más difícil por la pandemia de COVID-19. La violencia sufrida por los migrantes ha aumentado y muchos refugios se han cerrado debido a COVID-19. Esto los obliga a dormir en las calles, expuestos a enfermedades y al crimen que se ha convertido en la norma en sus viajes. Aquí están las historias de Ervin y Vanessa, que contaron al personal de MSF en Coatzacoalcos.
Ervin y Vanessa, son dos migrantes hondureños que tuvieron que dejar sus comunidades tras el paso de los huracanes y ahora se encuentran en México, en un nuevo escenario de la ruta migratoria en el que la pandemia ha dificultado aún más este camino. La violencia que sufren los migrantes se ha ido incrementado y debido a la COVID-19 muchos albergues han cerrado obligándolos a dormir en la calle, más expuestos a la enfermedad y a la delincuencia que ha encontrado un negocio en su peregrinaje. Estas son sus historias, recogidas en Coatzacoalcos.
Ervin (Honduras)
Tengo 17 años y soy de Honduras del departamento de Siguatepeque, yo trabajaba en la tierra, tenía mi milpa y sembraba frijoles y algunas otras hortalizas, nomás para irla pasando.
Decidí irme debido al huracán porque hizo muchos desastres allá y perdí mis cosechas, se arruinó mi tierra y pues allá no hay trabajo, no se puede ganar nada, nomás trabaja uno para ir pasando el día, no puedes hacerte de nada, reconstruir tu casa o tener un futuro.
Me salí hace unos días, tuve que dejar a mi mamá y a mis tres hermanas más chicas. Y con la llegada del huracán ya no vi manera de salir adelante sin nuestras tierras. Estoy buscando llegar a Monterrey, donde está mi papá.
El año pasado salimos los dos en busca de trabajo, antes de la COVID-19 pero a mí me detuvo la migración cuando llegamos a Veracruz, muy cerca de Tierra Blanca. A mí me deportaron, pero él logró escapar y está trabajando en Monterrey. Estuve en la estación migratoria de Acayucan durante cuatro días y tres días después ya estaba otra vez en mi casa
Mi plan es llegar a Monterrey y trabajar con mi papá, me gustaría buscar la manera de trabajar legalmente, pero soy menor de edad y estoy viajando solo y no sé si lo lograré porque sé que el camino es difícil. La vez pasada que venía con mi papá, veníamos mejor porque podíamos agarrar el bus pero ahorita ya no se puede y como vengo solo ya para mí es más difícil, tengo que caminar más que la vez pasada y pasar hambre. Esta vez el camino ha sido más largo, ya llevo 18 días caminando y apenas estoy en la entrada. Me han robado todo. Traía una mochila con ropa, unas chancletas y me robaron hasta los zapatos que traía. Me quitaron lo que llevaba puesto, el cinturón y mi teléfono. Me dejaron sin nada, sin dinero.
Me paré afuera del albergue porque dicen que no podemos entrar a descansar ni a bañarnos o pasar la noche, pero están dando comida. Esta vez no hay muchos lugares donde quedarnos. Dormimos donde nos agarre la noche, en el monte, debajo de los puentes, de un árbol.
Ahí venimos también con el miedo a cuestas. El sábado pasado nos secuestraron, veníamos caminando por la vía del tren y nos agarraron. Nos cobraban 5,000 dólares por cada uno. Les dije que no tenía familia en ningún lado ni en Estados Unidos y ahí me tuvieron tres días. Me soltaron porque ya no tenía nada, porque ya me habían asaltado. Me soltaron, pero si tuve y tengo mucho miedo. Duermo poquito, estoy alerta como con nervios, a veces los amigos que encontré aquí me hablan y no escucho, me siento perdido, creo que me quedé asustado.
La primera vez que salí con mi papá, la idea era entrar a Estados Unidos, pero ahorita lo que quiero es llegar a Monterrey estar un tiempo ahí, trabajar ahí y juntar dinero para después ver si podemos entrar a Estados Unidos.
Ahora esta vez pues lo diferente es la situación de los albergues porque por la COVID-19 están cerrados. Yo sé que es un virus que se transmite de una persona a otra, sé que hay que estar echándose gel en las manos, lavándonos las manos a cada ratito y usar mascarilla, pero con qué dinero las compro. Así que tratamos de cargar agua para poder lavarnos las manos porque no hay donde. La verdad es que ahora traigo preocupaciones más importantes y pues a veces se me olvida que hay COVID-19.
Por la comida no hemos sufrido porque hemos estado pidiéndole a la gente. Hay quienes nos ayudan, pero para dormir, si no tenemos un lugar seguro, toca hacerlo con miedo y estar pendiente de que no nos pase nada.
Solo hemos encontrado refugio en dos albergues, en Palenque y en Salto del Agua. Estaban bien los albergues, en buenas condiciones, había la posibilidad de tener distanciamiento y nos enseñaron a lavarnos las manos y nos dieron unas mascarillas.
Ahorita me siento animado porque ya llegamos hasta aquí. Me había sentido desanimado porque nos hemos encontrado con retenes y hay gente que nos dice que no hay forma de pasar más allá pero ya ahorita me siento con ganas y voy a intentar agarrar el tren y pues espero poder llegar pronto con mi papá. Todos los días lo primero en que pienso es en cómo está mi familia, como están en la casa. No he podido hablar con ellos porque me robaron el teléfono. Me quedé preocupado por la situación en la que se quedaron allá.

Ingrid Vanessa Murillo, Honduras
