Rosanberg, Ugo, Natalie y Morjorie trabajan en el hospital de Médicos Sin Fronteras en Puerto Príncipe, Haití. Viven atrapados en medio en una espiral de violencia extrema por parte de grupos armados, y nos cuentan en este texto cómo es la vida cotidiana en medio del caos de la capital haitiana.
A principios de mayo, 188 personas perdieron la vida y alrededor de 100 fueron heridas en los enfrentamientos entre grupos armados en Puerto Príncipe; y se estima que 17,000 habitantes fueron forzados a salir de sus hogares. El hospital de Médicos Sin Fronteras en Tabarre, que se especializa en el tratamiento de traumatismos y quemaduras, tuvo un aumento en la ocupación de sus camas, con 96 pacientes que requirieron tratamiento por heridas de arma de fuego, mientras las ambulancias se esforzaban por llegar a varios barrios de la ciudad para asistir a las personas heridas.
La violencia es ahora una realidad cotidiana para las personas que viven en condiciones infernales en medio de los grupos armados en la capital haitiana. Cada vez más grupos fuertemente armados se disputan el control de las carreteras y los barrios de Puerto Príncipe.
Un repunte en los secuestros
Los secuestros están a la orden del día, al igual que la recaudación de impuestos sobre casi todas las actividades – mercados, iglesias, negocios e incluso hospitales – que generan ingresos para las comunidades locales. Durante los primeros tres meses del 2022, el CARDH (Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos) identificó 225 secuestros, más del 58.45% en comparación con el mismo periodo en 2021.
En los últimos dos años Natalie* ha trabajado en uno de los hospitales de Médicos Sin Fronteras en Puerto Príncipe. Su viaje en auto entre la casa y el trabajo es una constante fuente de ansiedad para ella. “Por supuesto que me da miedo que me roben, pero me aterra más ser secuestrada”, nos dice. “Cada vez que salgo de casa, me preparo física y mentalmente. Me recuerdo a mí misma que ser secuestrada es una posibilidad, y me pongo ropa holgada para estar cómoda en caso de que me mantengan prisionera en un algún lugar por varios días. La mayoría de las mujeres secuestradas son violadas, y eso es algo que también me aterroriza.”
Para reducir los riesgos que conlleva ir y volver del trabajo, MSF ha introducido turnos de 24 horas en sus instalaciones. “Es agotador, pero menos arriesgado”, continua Natalie. Rosanberg, quien también trabaja para MF, concuerda con ella.

En abril no pudo ir al hospital en varias ocasiones debido a los enfrentamientos y a los intensos disparos en la calle. “Hago 45 minutos caminando cuando no puedo encontrar transporte” nos explica. “Algunas veces, debido a los combates y los caminos bloqueados, el viaje puede tomarme más dos horas. Lo mismo ocurre con mi hijo mayor, que ni siquiera puede ir a la universidad”.
Originaria de Gonaives, esta mujer es madre de cuatro y el sustento de toda la familia. Su sueldo es apenas suficiente para pagar los gastos de la escuela y la comida – principalmente arroz, ocasionalmente papas, plátanos o frijoles. La cena ya no forma parte de la rutina diaria, y tampoco hay carne porque cuesta demasiado.
“Estamos sobreviviendo, no viviendo, porque todo el tiempo estamos estresados y asustados. La vida es muy dura,” continúa Rosanberg. Durante un tiempo, su familia vivió en Cité Soleil (la Ciudad Solitaria), el mayor barrio marginal de Puerto Príncipe, antes de verse obligada a huir a Croix-des-Bouquets que, según ella, es ahora “la central de los bandidos”.
Inflación y un gobierno quebrado
Asesinatos, secuestros, extorsión, brutalidad policiaca…toda esta violencia existe mientras Haití está sumido en una profunda crisis económica y política. Desde julio de 2018, incrementaron las protestas violentas en todo el país, debido en parte a la crisis del combustible.
En medio del caos, MSF reabrió en 2019 el hospital de Tabarre, un centro que brinda un mejor acceso a servicios médicos a las comunidades más pobres. Al no poder pagar el tratamiento médico en los centros de salud que carecen de personal médico, las personas también han tenido que lidiar con las repetidas huelgas de los hospitales públicos.
Ugo es una de las personas que han sido retenidas de camino a su trabajo en el hospital. “No se ataca a los ricos, sino a la gente común como yo que intenta ganarse la vida”.
Le apuntaron con un arma de gran calibre y le robaron todo lo que tenía. “Perdí la esperanza”, recuerda. “Pensé que iba a morir. Me sentí como si fuera su enemigo. Cuando me dejaron ir, fui al trabajo y describí lo que me había pasado. Vemos cosas terribles todos los días, personas siendo asesinadas, quemadas hasta la muerte en las calles.”
Para evitar pasar por Martissant -un peligroso distrito controlado por grupos armados- ahora tiene que salir de casa al amanecer y cruzar la montaña a pie. “Salir temprano es más arriesgado porque las calles están vacías, lo que es realmente peligroso. A menudo llego tarde, a veces porque simplemente no puedo atravesar los disparos. Nos afecta económica y físicamente. Es agotador.”
Es un padre soltero de cuatro, y su hijo más joven tiene solo 10 semanas de nacido. Cada día, al ir a trabajar y después al regresar con su familia, pone su vida en peligro.

“Somos civiles en un campo de batalla, nadie respeta a nadie.”
Con solo 10 senadores, el gobierno de Haití está sumido en una gran crisis económica y social. Entre noviembre de 2021 y marzo de 2022, el costo del transporte subió un 92% y las necesidades básicas, como el agua y la comida, han tenido un incremento similar. En marzo de 2022, la inflación alcanzó casi el 26% – un incremento enorme cuando cerca del 60% de la población en Haití se encuentra luchando por sobrevivir con el equivalente a 2 dólares por día.
Huyendo de la violencia extrema
Ugo y Morjorie, que también trabaja para Médicos Sin Fronteras, conocen a muchas personas que han decidido huir de Haití. Según el OCID (Observatorio Ciudadano para la Institucionalización de la Democracia en Haití), más del 82% de la población haitiana quiere dejar el país para ir a República Dominicana o a Estados Unidos.
“Ya no queda gente joven en mi distrito”, dice Ugo varias veces. Morjorie recuerda a una señora de 50 años “y su adorable casa y pequeño jardin en Tabarre”. La mujer ahora vive, indocumentada e indigente, en medio de una penuria y miseria extrema en Estados Unidos. “Cerró la puerta de su casa y nunca más volvió”.
Tras la destitución del Presidente Jean-Bertrand Aristide en 2004, Marjorie también dejó su casa en Martissant y se trasladó a Lalue, un barrio más tranquilo y menos propenso a la violencia. Cuando el sismo destruyó su casa en 2010, la familia se mudó, una vez más, a Delmas, otro distrito de Puerto Príncipe.
“Cuando llegué a Puerto Príncipe, viví en un barrio cerca de Martissant”, recuerda. “Tuve a mis dos hijos mayores en Martissant. Entonces era totalmente diferente. La vida era mucho más fácil”.
Ugo y Morjorie comparten el mismo sueño para sus hijos: que terminen sus estudios a salvo en algún otro país, lejos de la horrible violencia y la pobreza. “Quiero quedarme en mi país. Quiero quedarme porque tengo fe en que algún día las cosas van a cambiar,” concluye Ugo.

Sobre el trabajo de MSF en Haití.
En 2021, los equipos de Médicos Sin Fronteras trabajaron en varios centros médicos en Puerto Príncipe y los departamentos de Sud y Artibonite, y realizaron más de 5,300 intervenciones quirúrgicas y atendieron a 900 pacientes con quemaduras graves.
También realizaron más de 13,000 consultas externas y atendieron a 23,000 pacientes en urgencias en la capital haitiana. Adicionalmente, MSF realizó 5,400 consultas médicas en Gonaives y Puerto Príncipe a personas sobrevivientes de violencia sexual.
*Todos los nombres han sido cambiados