Historias de personas refugiadas y migrantes en una Libia sin ley

Libia no es un país seguro. Eso lo oímos a menudo. Se ha demostrado una y otra vez. Sin embargo, sigo creyendo que mucha gente no comprende su verdadero significado.

Bianca Benvenuti, Advocacy Manager de MSF en Libia.
 
Libia no es un país seguro. Eso lo oímos a menudo. Se ha demostrado una y otra vez. Sin embargo, sigo creyendo que muchas personas no comprenden su verdadero significado. 
 
En diciembre, cerca de Navidad, el equipo médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) recibió una llamada telefónica: había una mujer en urgencias del Hospital Universitario de Trípoli, llevaba ya dos días allí, había recibido algunos apoyos básicos y se le habían hecho algunas pruebas, pero los médicos de allí no podían admitirla por falta de documentos y sin familiares. Pidieron ayuda a MSF. La llevamos a la clínica de referencia y la trasladamos a cuidados intensivos casi inmediatamente. Pero su estado era grave y nuestros médicos vieron que no se podía hacer mucho para salvarla. Al cabo de unos días, falleció. Nunca supimos de dónde venía ni quién era. Ni siquiera pudimos llamar a su familia para decirles que había muerto y nuestro personal tuvo que asumir la responsabilidad de entregar el cuerpo.
 
Muchas personas refugiadas y migrantes en Libia, si no es que la mayoría, no tienen derechos. No pueden llevar una vida normal. Si los delincuentes te persiguen, no puedes acudir a la policía ya que podrían acabar arrestándote. Si tu empleador decide no pagarte, no puedes hacer nada al respecto. Mientras vuelves a casa del trabajo, con cansancio y frustración, pueden detenerte y llevarte a un centro de detención sin motivo alguno.
 
 

Las historias de Hasan y Osman

Esto es lo que le ocurrió a Hasan de 17 años. Cuando lo conocí, sentí que sus ojos estaban llenos de angustia, sin embargo lo único que hacía era mirarse los pies y probablemente no quería mostrarse de esta manera. “He viajado por muchos lugares de África, pero nunca he visto a un blanco ser tratado como los blancos [libios] tratan a los negros aquí en Libia o en el mar. Comemos en el suelo; en el mismo suelo donde dormimos; en la misma habitación donde vamos al baño. Es repugnante. ¿Qué persona obligaría a otra a vivir así?”Tiene las manos tan secas que se le cae la piel. Le pregunto qué ha pasado y me dice que es por el duro trabajo manual. Vino a Libia para trabajar, para enviar dinero a su país y ayudar a su familia. Desgraciadamente, en el último año ha trabajado demasiado y no le han pagado. Me dijo que no se sentía seguro ni siquiera donde vive. Menciona que duerme completamente vestido porque los delincuentes vienen a robarles por la noche. Para personas como Hasan, Libia no tiene ley. 
 
He escuchado historias similares muchas veces, especialmente en los barrios de Trípoli donde los refugiados e inmigrantes intentan llevar una vida normal. Sin embargo, las bandas criminales y las milicias atacan sistemáticamente a estas comunidades. No hay mucho que robar, pero la gente suele decirnos que te pueden matar sólo por un teléfono. El miedo es un sentimiento común en este lugar. Osman me contó esto la primera vez que lo conocí. Es un chico joven con una gran sonrisa. Abandonó Somalia a causa de la guerra. Buscaba un lugar más seguro, así que decidió viajar a Europa. Justo la noche que esperaba para poder subir a uno de los barcos que no son precisamente aptos para viajar con destino a Trípoli, la policía hizo una redada en la casa del contrabandista. Persiguieron a Osman y se cayó del primer piso del edificio. Desde entonces no puede caminar. Ahora está atrapado en un edificio en ruinas de Gargaresh, en una pequeña y oscura habitación que parece más bien una cueva. “Cuando vienen los ladrones, todo el mundo huye, en mi caso, lo único que puedo hacer es esconderme bajo las mantas esperando que no me vean”.
 

“Por favor, convence a los guardias para que me dejen llamar a mi madre”

La primera vez que entré a un centro de detención de inmigrantes en Trípoli, vi algo familiar. Una de las paredes del hangar que MSF utiliza para las consultas médicas tenía varias notas de la Agencia Italiana de Cooperación Internacional. Las notas decían: “Apoya 11242/01, Hacia una Inmigración Sostenible”. Mi colega libia sonrió (o al menos eso creo, porque llevábamos máscaras) cuando le dije lo avergonzada que me sentía de que el dinero de mis contribuyentes hubiera acabado en ese lugar. Pero luego se puso más seria y comentó que ella también estaba avergonzada de que este sistema de detención estuviera ocurriendo en su país.
 
En el hangar principal, donde se encuentran las personas, la única luz que entra es la de las ventanas altas, cerca del techo. La mayoría están rotas, pero están ahí, y sólo sirven para dejar entrar el frío y las lluvias, más que para proporcionar una ventilación adecuada. Entré a la celda principal con el equipo médico de MSF para distribuir “Plumpy’Nut”, una pasta a base de maní de alto contenido calórico que solemos dar a los niños desnutridos. La distribuimos a los adultos de los centros de detención porque sabemos que no reciben suficiente comida. Nuestros equipos ya han informado sobre estos casos graves de desnutrición en los centros de detención de Trípoli. Al repartir suplementos nutricionales, esperamos poder evitar más esta situación. 
 
Los detenidos se encuentran en cuclillas, esperando en largas filas, con los talones sin tocar el suelo, la espalda doblada y los ojos mirando hacia abajo. Hay unas 150 personas frente a mí, pero parecen ocupar un espacio más pequeño. Mientras observo a estas personas, recuerdo que alguien me dijo una vez que es un gesto muy político mirar a un migrante a los ojos. Les devuelve su humanidad. En ese momento, pienso que tenía razón.
 
Muchas de las personas con las que hablé, habían perdido toda esperanza. Se sentían como si estuvieran atrapados en un bucle, sin soluciones, sin elección y sin opciones. No podían volver a casa, pero tampoco quedarse en el centro de detención y ser tratados así, no podían quedarse en Libia, tampoco podían llegar a Europa. Lo habían intentado y fueron interceptados de nuevo. 
 
Un día conocí a un grupo de supervivientes de un naufragio. Hablé con un hombre que había perdido a su hermano esa misma noche. “Por favor, convence a los guardias para que me dejen llamar a mi madre”, dijo. “Estoy seguro de que ella también piensa que estoy muerto; necesito hacerle saber que he sobrevivido”. 
 
 

 

Dar testimonio del sufrimiento

En los meses que trabajé en Libia me encontré una y otra vez con las mismas preguntas. ¿Qué le falta a la gente para entender realmente lo que está pasando en Libia? ¿Nos resulta tan desconocido el sufrimiento? ¿Creemos que Libia está tan lejos que lo que ocurre aquí no nos concierne? 
 
Hace tiempo que oigo que las personas están cansadas de escuchar historias de Libia. Lo llaman “fatiga por compasión”. No encontrarán esa fatiga en el equipo médico de MSF que cada día, desde hace años, va a los centros de detención y a las comunidades de Trípoli para tratar de garantizar que la gente reciba atención.
 
Todos los días son testigos del sufrimiento de los refugiados y migrantes causado por el desorden, la explotación, la falta de protección y el acceso limitado a la atención médica más básica.
 
Durante uno de nuestros días más duros en Trípoli, mi colega estaba muy conmovida al grado de no poder ocultar sus lágrimas. Me dijo disculpándose: “Nunca te acostumbras”. No deberíamos hacerlo.

6 de diciembre de 2025

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