Desde que comenzó la guerra en Sudán en 2023, más de 550,000 sudaneses han huido al este de Chad. Las personas han huido de los violentos ataques étnicos, la violencia brutal y los asesinatos. La mayoría son mujeres, niñas y niños, ya que los hombres han sido asesinados, detenidos o desaparecidos en Sudán. Las mujeres refugiadas que se han quedado como únicas proveedoras de la familia, ahora tienen la plena responsabilidad de cuidar de sus familias.
A pesar de los esfuerzos de Médicos Sin Fronteras, la respuesta humanitaria es inadecuada. Por ello, hemos pedido insistentemente que se amplíe de inmediato para satisfacer las inmensas necesidades.
El peligroso viaje a Chad
Durante meses, la respuesta humanitaria en el este de Chad ha sido totalmente inadecuada. Viven en condiciones terribles en campos de zonas desérticas aisladas, como Metche y Aboutengue. Las familias dependen totalmente de la ayuda humanitaria.
Las personas refugiadas luchan por tener acceso a servicios básicos esenciales, como alimentos y agua. Viven en condiciones inaceptables e indignas, lo que les expone aún más a riesgos sanitarios y de protección.

En Metche y Aboutengue, nuestros equipos ofrecen atención materna y pediátrica, tratamiento para la desnutrición infantil y atención primaria. Los equipos de agua y saneamiento distribuyen la mayor parte del agua en los campos.
A pesar de nuestros esfuerzos, la respuesta humanitaria no es suficiente. Hemos pedido insistentemente un aumento inmediato para cubrir las inmensas necesidades.
El desafío de proteger a su familia
Compartimos una colección de testimonios que nos recuerdan el valor y la inquebrantable determinación de muchas mujeres refugiadas para proteger a sus familias mientras huían de la violencia étnica en Darfur.
Huyeron durante los brutales ataques de El Geneina, entre el 15 y el 16 de junio, y emprendieron el peligroso viaje al vecino Chad, llegando al campo de refugiados de Aboutengue y Metche alrededor de julio de 2023.
Taiba llegó al campo de Aboutengue en julio de 2023, huyendo de la guerra en Sudán con su esposo Bashir y sus dos hijos, Ayat (6 años) y Ayoub (2 años). El 16 de junio, mientras estaba en casa con sus hijos, su hogar fue atacado por hombres armados. Taiba, enfrentada a una amenaza de muerte, negó ser de la tribu masalit y se hizo pasar por borgo para salvar sus vidas. Incluso tuvo que hablar en lengua borgo para convencer a los atacantes.
Después del ataque, Taiba vistió a sus hijos como niñas para protegerlos y huyó con lo poco que podía llevar.
Había oído que en ataques anteriores los hombres armados habían ordenado a los niños que salieran de casa y los habían matado, basándose únicamente en su sexo. Así que nos acostumbramos a vestir a nuestros hijos como niñas.
Taiba, madre refugiada en el campo de Aboutengue
En el camino, encontró muchas personas muertas y cuerpos descompuestos, siendo testigo de la brutalidad de los ataques. Se reunió con su esposo, quien resultó herido en el pie durante un ataque posterior, dificultando su movilidad. A pesar de la adversidad, Taiba logró llevar a su esposo herido y a sus hijos a Adré, donde recibieron atención médica por parte de nuestros equipos.

Huir de la guerra: consecuencias hostiles y peligros constantes
Nafissa huyó de los brutales ataques en El Geneina en junio de 2023 y ahora vive con dos de sus hijos en el campo de refugiados de Aboutengue, en el este de Chad. Después de que su casa fuera quemada cuatro veces y su esposo y otro de sus hijos fueran asesinados, decidió escapar con sus hijos cuando se enteró de nuevos ataques.
Vistió a su hijo como niña para protegerlo, enfrentó a hombres armados que les quitaron sus pertenencias y vio muchos cadáveres en el camino.
En un intento de proteger a su hijo de un ataque con cuchillo, resultó herida, pero logró escapar cuando los atacantes se distrajeron matando a otro hombre, lo que les permitió llegar a Adré, donde reencontró a su hija que había perdido en otro ataque en la carretera.
Así son las cosas, primero matan a los hombres, antes que a las mujeres. Así que, en cierto modo, ese hombre me salvó la vida con la suya.
El día que huimos, nunca pensé que llegaríamos vivos: vi a tanta gente muerta en la calle. En todos los grupos de personas que viajan juntas, a algunas les disparan y otras consiguen llegar a Adré. Pero en un momento u otro, todos pensamos que íbamos a morir en el camino.
Nafissa, madre refugiada en el campo de Aboutengue
En Adré, Nafissa y sus hijos fueron registrados como personas refugiadas por el ACNUR antes de ser trasladados al campo de Aboutengue. Sin un refugio oficial, otras personas refugiadas le ayudaron a construir uno con materiales improvisados.
Nafissa dependía completamente de la ayuda humanitaria, ya que no había trabajo para ella en el campo, a diferencia de su vida anterior en Sudán, donde era comerciante. Durante nuestra conversación, Nafissa estaba sentada en los restos de su refugio quemado por quinta vez desde el inicio de la violencia en Darfur. Perdió todas sus pertenencias nuevamente.

Únicas proveedoras de la familia
Ruqaya, de 25 años, perdió a su esposo el 15 de junio durante los intensos combates en El Geneina. Ahora enfrenta la responsabilidad de cuidar sola a sus dos hijos.
Con las difíciles condiciones de vida, se ve obligada a ser tanto madre como padre, encargándose de los alimentos, el agua, el alojamiento y los tratamientos médicos para sus hijos. La falta de alimentos y seguridad en Sudán les impide regresar, viviendo al día sin certeza sobre el futuro.
Debo arreglármelas y ocuparme de todo yo sola. Aquí las personas tienen hambre y sed. No hay comida. No hay seguridad en Sudán y no podemos regresar.
Ruqaya, madre refugiada en el campo de Aboutengue
Ruqaya no sabe si su esposo está vivo o muerto. Ni el paradero de sus familiares, quienes se han dispersado entre Sudán y su ubicación actual. Aún anhela encontrar a su esposo Issam. La incertidumbre y la carga de sus responsabilidades pesan sobre ella mientras lucha por mantener a su familia.
