El doctor Akin Chan es un cirujano de Hong Kong, actualmente se encuentra en una misión con Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tal Abyad, al norte de Siria. Hace dieciocho años viajó como estudiante de medicina a la que, en aquel entonces, era Siria pacífica. Nos escribe sobre su emotivo regreso al país que lo enamoró y sobre su lucha para salvar las vidas de dos niños pequeños.
El doctor Akin Chan es un cirujano de Hong Kong, actualmente se encuentra en una misión con Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tal Abyad, al norte de Siria. Hace dieciocho años viajó como estudiante de medicina a la que, en aquel entonces, era Siria pacífica. Nos escribe sobre su emotivo regreso al país que lo enamoró y sobre su lucha para salvar las vidas de dos niños pequeños.
“Tras volver a Siria después de 18 años, tuve sentimientos encontrados.
En el año 2000 era estudiante de primer año en la escuela de medicina. Acepté diferentes trabajos de verano durante dos meses después de finalizar el semestre. Durante el día, era mensajero y asistente de entrega en un almacén. Por la noche, era tutor de estudiantes que estaban a punto de presentar los exámenes de secundaria.
Usé el dinero que gané con mi esfuerzo para comprar un boleto de avión económico. Días después de terminar mis dos trabajos y con mucha emoción, comencé mi viaje como mochilero. Llegué a Siria a través de Turquía, después fui a Israel, Jordania y finalmente a Egipto.
Había paz en Siria; la guerra no había destruido su paz en ese entonces. Todos te brindaban una sonrisa cuando caminabas por la calle. Algunos incluso se acercaban a estrecharte la mano. Las familias que hacían picnics en el parque me invitaban a unirme a ellos cuando pasaba cerca de ellos.
Por estas razones, Siria se convirtió en uno de mis países favoritos.
Siria ha sido destrozada por la guerra en los últimos siete años. Las escenas transmitidas en las noticias son insoportables a la vista. Por eso, cuando me ofrecieron una misión en un proyecto de MSF en el noreste de Siria, dije "sí" inmediatamente. Realmente quería contribuir significativamente para ayudar a un país que alguna vez fue mi favorito.
Dado que comencé mi viaje desde Hong Kong, me tomó varios días llegar al noreste de Siria debido a los retos de cruzar las fronteras entre algunos países vecinos. Tenía muchas preguntas: ¿El tiempo que pasé allí antes significará todavía algo? ¿Cómo se verá Siria después de 18 años?
En los siguientes dos meses, obtuve las respuestas.
Una tensa llegada a Tal Abyad
Trabajé para MSF en una ciudad llamada Tal Abyad, ubicada al noreste de Siria, en la frontera con Turquía. Sin embargo, justo antes de llegar, el conflicto estalló cerca. Los disparos aún se pueden escuchar con mucha frecuencia, especialmente en las áreas fronterizas. El ambiente era tenso.
La vida en las ruinas de Raqqa
Además de recibir pacientes de Tal Abyad, la principal carga de trabajo de nuestro hospital provenía de la ciudad de Raqqa, situada a casi dos horas de viaje en auto desde donde estábamos. Raqqa fue controlada por el grupo Estado Islámico (IS) desde principios de 2014 hasta que fue retomada por las fuerzas democráticas sirias y la coalición liderada por Estados Unidos en octubre de 2017.

Las personas que habían huido de Raqqa durante las batallas comenzaron a regresar a casa. Sin embargo, bajo las ruinas de Raqqa todavía hay minas terrestres y muchos tipos diferentes de dispositivos sin detonar. Por ello cuando los civiles regresan a Raqqa, de donde habían sido desplazados, comenzamos a ver muchas lesiones por explosiones.
Algunas personas pisaron accidentalmente las minas terrestres. Otros activaron dispositivos explosivos cuando abrieron la nevera. Algunos detonaron una bomba escondida debajo de la alfombra cuando limpiaban la casa. Algunos simplemente abrieron un tarro de caramelos que explotó en sus manos. En resumen, ¡las actividades cotidianas que las personas hacen pueden cobrar vidas en Raqqa!
Los civiles solo pueden elegir entre ser desplazados o vivir con cautela en sus hogares.
El juguete
Una noche, dos pacientes jóvenes de Raqqa ingresaron al hospital con lesiones por explosión. Uno de ellos era un niño de diez años severamente herido: sus pupilas estaban dilatadas, así que tenía una gran posibilidad de padecer una hemorragia cerebral. La parte superior de su cuerpo había sufrido enfisema subcutáneo extenso, una señal de que sus órganos que contenían aire – muy probablemente sus pulmones – se habían roto, atrapando el aire debajo de la piel.
Después de un período de resucitación, debido a sus graves lesiones cerebrales y pulmonares, se confirmó su muerte.
El segundo paciente, un niño de ocho años, aparentemente tenía lesiones menos severas. Continuaba llorando, lo que sugería que sus signos vitales eran más estables. Después de una evaluación preliminar, le pregunté al padre del niño, que también estaba llorando, qué le había pasado.

Súbitamente me di cuenta … él era el padre de ambos pacientes. Los niños eran hermanos.
Lo más importante que debíamos hacer en ese momento era garantizar la seguridad de su hijo menor. No tuve tiempo de decirle que su hijo mayor acababa de fallecer. Me explicó que sus hijos estaban jugando en la calle, habían recogido un juguete y éste explotó. Inmediatamente, examiné a su hijo menor minuciosamente. Su rostro estaba ligeramente quemado y cubierto de cenizas. No aparentaba tener heridas graves, pero su abdomen estaba hinchado y le dolía, mostrando síntomas de que sus órganos estaban dañados e inflamados.
Un examen de ultrasonido mostró que había fluido en su cavidad abdominal y que posiblemente tuvo hemorragia interna. Organizamos una operación de emergencia para él.
Dando las noticias. Haciendo una promesa
Después de explicar la necesidad y los riesgos de la operación al padre, obtuvimos su consentimiento y llegó el momento más difícil. Tenía que contarle las noticias más difíciles.
Lloré mientras le decía que su hijo mayor había muerto. Él padre sollozaba mientras sostenía el cuerpo de su hijo. Llorando mientras lo besaba. Mi corazón se desmoronó al presenciar la situación. Cuando finalmente se tranquilizó, no pude evitar garantizarle que no perdería dos hijos en una noche. El pensamiento se me pasó por la cabeza: voy a tener que salvar la vida de su hijo menor.
No soy Dios. No puedo hacer que los muertos vuelvan a la vida. Ni siquiera tengo el poder de curar a cada paciente. Sabía que probablemente no podría cumplir mi promesa. Pero en ese momento, lo sentí, desde el fondo de mi corazón.
No estaba seguro si hice la promesa para alentar o consolar al padre, o para forzarme a hacer todo lo posible. No es algo que normalmente haría, pero probablemente eran palabras que cualquier persona diría en ese momento.
Tomó mis manos, y siguió agradeciéndome hasta que entramos al quirófano.
Salvando al hijo menor
La cirugía abdominal del niño comenzó. Descubrí que su intestino delgado tenía una perforación, pero afortunadamente sus otros órganos estaban intactos. Curé la parte dañada de su intestino delgado y limpié el fluido que se había acumulado en su abdomen. Por último, cosí la incisión. Después de terminar la cirugía con éxito, inmediatamente corrí para decirle al padre que todo había salido bien.
El hombre, que había estado llorando y murmurando sus oraciones, supo que no lo había decepcionado en el momento en que me vio salir del quirófano con una sonrisa. Le dije que, desde una perspectiva quirúrgica, no había ninguna razón que le impidiera ir a casa con su hijo menor, tomados de la mano.
Sus lágrimas de tristeza se convirtieron en lágrimas de alivio. Esperé que mi pequeño esfuerzo pudiera ayudar a calmar el dolor de perder a su hijo mayor.
Después de varios días de tratamiento, el niño se recuperó gradualmente. El padre también comenzó a mostrar su sonrisa gradualmente, mientras caminaba con su niño de aquí para allá.
Hasta que fueron dados de alta del hospital y salieron tomados de la mano.
Cumplí mi promesa.